domingo, 12 de diciembre de 2010

El viejo Palacio Nacional

 

Enrique Galván-Duque Tamborrel
agosto / 2005



 

Desde tiempos inmemoriales fue el espacio donde los gobernantes ejercieron su autoridad, el centro de gravedad de la política, el sitio donde el poder se materializaba. Su transformación con el paso de los siglos fue también fiel reflejo de las transformaciones de la sociedad mexicana. La historia del actual Palacio Nacional es centenaria y, sin embargo, las modificaciones arquitectónicas jamás violentaron su naturaleza: siempre fue origen y destino del poder.

 

Los primeros años

 

A principios del siglo 16, el emperador Moctezuma ordenó la edificación de su Palacio --las llamadas Casas Nuevas-- en el terreno que tiempo después ocuparía el Palacio Virreinal. La construcción era tan fastuosa que propios y extraños no pudieron más que rendirle tributo y admiración. Tal grandeza no pasó inadvertida para Hernán Cortés, quien al consumarse la conquista de México se apropió de ella, acto que fue ratificado por cédula real en 1529.

En los años inmediatos a la conquista, la Plaza Mayor de la Ciudad de México mostraba en su lado oriental la gran propiedad de Hernán Cortés; hacia el sur, las construcciones que albergaban las casas del Cabildo, la cárcel y la carnicería; hacia el poniente se levantaban lo que fueron las casas viejas de Moctezuma, conocidas como el Palacio de Axayácatl, también propiedad del conquistador, las cuales fueron rentadas para albergar a la Real Audiencia y al virrey. En el lado norte se encontraba un modesto templo religioso que con el tiempo dejaría su lugar a la grandiosa catedral.

Pero conscientes de la importancia que guardaba el espacio que ocupara el palacio de Moctezuma, las autoridades intentaron adquirir la propiedad principal de Cortés y transcurrieron 41 años antes de lograrlo. A instancias del segundo virrey, don Luís de Velasco, el 19 de enero de 1562 la propiedad le fue comprada a Martín Cortés, hijo del conquistador, la cual fue vendida en 33 mil pesos. Ocho meses después, la otrora casa de Cortés se convirtió en la nueva sede del poder virreinal.

Con el paso de los años se construyeron nuevas habitaciones en el costado oriente, hecho que no alteró el extenso jardín y las huertas que se hallaban en el lado sur. Hacia finales del siglo 17, el Palacio de los Virreyes tenía ya el aspecto de una fortaleza, con dos torres en las esquinas resguardadas por artillería y "con troneras para fusilería, dispuesto todo para la defensa".

Las medidas de seguridad fueron insuficientes para defender el Palacio el 8 de junio de 1692, cuando una terrible hambruna propició el motín de 8 mil indios que se reunieron en la Plaza Mayor para exigir alimento. Al no ser escuchada, la turba amotinada decidió prenderle fuego a la residencia del virrey. Las llamas devoraron cada uno de los salones, habitaciones y oficinas del Palacio. Al amanecer del día siguiente, el paisaje era desolador; de la sólida construcción sólo quedaban cenizas.

 

Un muladar

 

De poco sirvió la reconstrucción del Palacio Real luego del motín de 1692. Cinco años tardaron los trabajadores en dejarlo acondicionado para que pudiera ser habitado nuevamente por el virrey. Se erigieron dos pisos de roca sólida --el tercero sería construido hasta el gobierno de Plutarco Elías Calles--, se decoraron los amplios salones y mejoró su aspecto, sin embargo, durante la mayor parte del siglo 18, la historia del Palacio fue escrita sobre la basura, los desperdicios y la pestilencia de los comerciantes de la Plaza Mayor.

Una palabra bastaba para definir el estado de la célebre construcción en las primeras décadas del siglo 18: muladar. Y no precisamente por la manera de hacer política, sino por el lamentable y triste panorama que presentaba cotidianamente.

Para los trasnochadores, el primer piso de la residencia virreinal se convirtió en el sitio adecuado para continuar la parranda y amanecer acompañado de alguna mujer y un buen tarro del mexicanísimo pulque. Gentes chamagosas, hampones, pordioseras y borrachas que reñían frecuentemente, le daban un aspecto aún más sombrío a la sede del poder novo-hispano. En el patio principal del Palacio se encontraban las cocheras para bodegas de comerciantes, sus escaleras y corredores se habían convertido en letrinas públicas.

Aquel lugar, donde se había levantado el palacio de Moctezuma, era una extensión de la podredumbre y suciedad que dejaban a diario los vendedores en la Plaza Mayor. El comercio ambulante había tomado por asalto la gran plaza. "Con toda libertad, a cualquiera hora del día, se arrojaban a la calle los vasos de inmundicia, la basura, estiércol y perros muertos... Cualquiera, sin respeto de la publicidad de la gente, se ensuciaba en la calle o donde quería".

Sólo una parte del Palacio logró mantenerse a salvo de la inmundicia: la capilla real, construida en la parte oriente, cuya edificación estaba "ajustada a lo más perfecto de la Arquitectura, que la más escrupulosa atención de los Artífices modernos, no descubre en ella defecto, que los ofenda --escribió Artemio del Valle Arizpe--. En él está pintado el martirio de Santa Margarita, de mano de Alonso Vázquez, natural de Sevilla, cuya destreza compitió a la de Miguel Ángel, en los dibujos...". Junto a la capilla se levantaba soberbio el gran jardín botánico, joya de la naturaleza sembrada por manos novo-hispanas que engalanaron durante años el interior del Palacio. Se encontraba muy alejado de la fachada principal, lo cual le permitió resistir el paso de los hombres.

Con la llegada del ilustre virrey don Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo, un rayo de esperanza iluminó la capital en 1790. Comenzó así, exitosamente, el primer reordenamiento del comercio ambulante y una higiénica cruzada dejó el Palacio, la Plaza Mayor y las calles de México con toda la majestad de que habían gozado en tiempos del imperio azteca. Iniciaba, sin embargo, el principio del fin del periodo colonial y una nueva página de la historia estaba lista para escribirse: a partir de 1821, el Palacio Real se transformaría en Nacional y con él surgirían nuevas historias.

 



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