martes, 14 de diciembre de 2010

Epidemia


Enrique Galván-Duque Tamborrel
junio / 2005

 

 

Muchos recordarán la trama de la película de la que he tomado el título para este artículo. Un virus letal, transmitido al hombre por una simpática simia, comienza a hacer estragos alarmantes en la población y no hay medicamento que lo detenga. Se puso en cuarentena al pueblo entero donde se focalizó la epidemia y donde llevaban a todos los contagiados. Y como único modo de salvar al resto del país, se tomó la dramática decisión de hacer desaparecer con una bomba al pueblo y con él al terrible virus. A instantes de que esto se llevara a cabo, un médico logró capturar a la simia y de ella extraer el antídoto contra el virus, evitando la destrucción del pueblo y combatiendo, hasta eliminarla, la fatídica epidemia.

En nuestros días hablar de virus es lo más común. Y no sólo en el ámbito de la biología o de la medicina; donde los hay en abundancia y algunos de verdad terribles. (¿Cómo olvidar el del SIDA...?).  También en otras áreas, como en la computación, eso de los virus está al orden del día. Dicen que cada mes se descubren 200 nuevos; y muchos de ellos son de verdad letales. Lo curioso, en el caso de los virus informáticos, es que los inventan, los producen y los propagan adrede los mismos hombres.

No hace mucho leí que un virus, producido por un estudiante taiwanés, ha hecho verdaderos estragos en el campo de la informática y todo lo relacionado con él (que hoy son muchas cosas y de no poca importancia). Sólo en China, hasta el momento, ha destruido los datos de más de 100.000 computadoras, llegando a afectar gravemente incluso el sistema del ejército de ese país. Menuda "broma" la del estudiante ese...

Realmente hay que andarse con cuidado, porque cualquiera de esos animalitos informáticos puede hacer desaparecer de nuestros discos duros, en un santiamén, el trabajo de años. A varios conocidos míos ya les pasó, y seguramente no se lo recomiendan a nadie...

Y puesto que estamos hablando de virus, se me ocurre que también a nivel del espíritu andan proliferando entre la humanidad copiosos virus.  De entre todos ellos, me quiero ocupar de uno que a mí me parece sumamente peligroso, sobre todo porque acaba siendo letal para las almas. Me refiero al virus del pesimismo.

Creo que en nuestras sociedades, el "virus pesimismo" está alcanzando los más altos niveles epidémicos de emergencia. Se contagia de uno a otro con facilidad enorme. Un pesimista acaba siempre rodeado de pesimistas. Pero además, yo hasta diría que es un virus aeróbico, se transmite por el aire, casi por ósmosis. Infecta "misteriosamente" grupos enteros de personas de la manera más asombrosa.

Pero ese misterio se esclarece bastante al considerar que estamos siendo bombardeados, por todos los flancos y a todas horas, por proyectiles anti-optimismo.

Un día normal, al volver de del trabajo, ya llegas a casa medio acribillado por los problemas laborales, por las injusticias sociales con las que te has tropezado en cada esquina, por el impacto de tantos rostros apagados y tristes con los que te has cruzado por la calle. Afectado por una buena dosis de desaliento, te dejas caer rendido en un sofá; con el control remoto a distancia, despiertas al televisor para "despejarte" un poco, y resulta que del aparato te viene encima un chaparrón de violencias, de guerras, de muertes, de crisis, de fraudes, de atropellos, de calamidades. Y, claro, si te descuidas mínimamente, terminas calado de pesimismo hasta los huesos. Y sumarías uno más a los millones de hombres que actualmente padecen virosis pesimística crónica.

Por eso, yo cada vez me convenzo más de que este virus del pesimismo y del desaliento tiene sus mejores difusores en los medios de comunicación.  Porque, a juzgar por lo que transmiten, me da la impresión de que las cámaras de los reporteros sólo tienen lentes para detectar lo malo y sus películas no consiguen grabar más que lo deprimente. Me parece que las grabadoras de los periodistas sólo son capaces de captar y registrar las hondas sonoras de lo negativo, injurioso y denigrante. Y me pregunto si es que a las imprentas de los diarios sólo les alcanza la tinta para lo escandaloso, lo catastrófico, lo polémico, lo negro de este mundo. Los medios de comunicación nos inyectan diariamente varias sobredosis de todos los elementos que favorecen el pesimismo.
Por ese virus muchos arrastran un alma seca, sin vida. Ya no corre por ella la sabia de la esperanza, ya no brotan en ella ilusiones, ya no despuntan esperanzas, ya no florecen ideales nobles y grandes. Seguramente debido a eso una buena parte del tronco de la humanidad corre el peligro de estar secándose y de ser invadido por la carcoma.

Y ante esto yo no puedo dejar de protestar y me opongo rotundamente. Porque, sin negar lo malo que pueda haber en el mundo, estoy convencido de que lo bueno es muchísimo más. Basta ser sinceros y objetivos para reconocer que a cada acto de violencia que se publica en los periódicos, corresponden millones de actos de caridad y bondad que para la mayoría pasan totalmente desapercibidos. Y si abrimos un poco más nuestros ojos, veremos cómo a cada individuo fraudulento o corrupto, se contraponen miles y miles de personas que llevan una vida honrada y honesta, sin que nadie le dé importancia a ese hecho maravilloso. Y lo mismo se podría decir de otras muchas facetas de nuestra vida.

A cada puerta que se nos cierra, siempre podríamos dar con otras cinco que se nos abren. Pero muchas veces preferimos llorar y lamentarnos sentados ante la cerrada, en lugar de ponernos a buscar alguna de las abiertas. No hay problema sin solución, pues si no la tuviese, dejaría de ser problema.

En nuestro planeta las cosas no están tan negras ni tan grises ni tan perdidas como nos las pintan. Estamos rodeados de gente buena, muy buena. Estamos envueltos en realidades preciosas. Estamos inmersos en circunstancias y hechos maravillosos. Estamos acosados por innumerables motivos de alegría y sin embargo, como bien dijo Dostoiewsky: "el hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías".
Yo prefiero ser de los que gastan su tiempo enumerando alegrías. De los que optan por el optimismo. Ese optimismo, también contagioso, de todos los que saben descubrir por doquier la bondad y la belleza. El optimismo de aquellos que, a pesar de todo, siguen confiando en el hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza; y por lo tanto, bueno; ese hombre que, aunque dañado por el pecado, también ha sido redimido y sigue siendo amado por Dios y continúa teniendo abiertas las puestas del paraíso.

En fin, yo me quedo con ese optimismo de los que no se contentan con conservar la esperanza en un mundo y una sociedad mejores, sino que, además, hacen algo concreto para que así sea, empezando por serlo ellos mismos.



 

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