jueves, 9 de diciembre de 2010

Felipe Ángeles: humanismo revolucionario

 

Enrique Galván-Duque Tamborrel

 

 

"Mi espíritu se encuentra en sí mismo" escribió, con la serenidad de los justos, el general Felipe Ángeles cuando el reloj marcaba las seis de la mañana del 26 de noviembre de 1919. Soplaba una ventisca helada --como la muerte-- que recorría la ciudad de Chihuahua. El general caminó tranquilo hacia el pelotón y de frente a los fusiles recibió la descarga que cegó en un instante su vida.

La gran tragedia de la Revolución Mexicana fue haber eliminado a toda una generación de jefes que, por su honestidad, fidelidad a sus principios y alta calidad moral le habrían dado un rumbo diferente --verdaderamente democrático-- al nuevo Estado que nacía de la violencia de la guerra civil. La terrible paradoja fue que ésta pléyade de hombres --Ángeles, Blanco, Buelna, Diéguez, Murguía-- no cayeron combatiendo la dictadura porfiriana o la traición de Victoriano Huerta, sino a manos del canibalismo revolucionario, entre emboscadas y traiciones, y en plena madurez. Muy pocos alcanzaron los cincuenta años de edad.

Felipe Ángeles los había cumplido apenas el 13 de junio anterior. Por su incansable actividad, la radiografía de su vida semejaba más la extensa historia de un hombre de cien años y cien mil batallas. De ahí que al escuchar la sentencia de muerte ni se inmutara; parecía anhelar el descanso eterno. Y recostado en el catre de su celda probablemente recordó el camino andado hasta esa noche, la víspera de su muerte.


Humanismo Militar

 

1869 dio testimonio del nacimiento de Felipe de Jesús Ángeles en el modesto pueblo de Zacualtipán dentro de los límites del estado de Hidalgo. Entre juegos infantiles y horas de estudio, el joven de "ojos grandes, expresivos y fisonomía inteligente" desarrolló dos cualidades que brotaban en él de manera natural: facilidad para la aritmética y devoción por la lectura. Con ambas virtudes, el camino hacia el Colegio Militar se abrió ante sus ojos, y hacia 1898 era considerado el oficial más inteligente y culto del Ejército Mexicano.

Felipe Ángeles era un militar humanista. Se le veía recorrer los pasillos del Castillo de Chapultepec con su característico "aire meditativo", cargando sus libros y manuales del arte de la guerra, siempre con algún clásico de literatura o del pensamiento universal: Platón, Montesquieu, Rousseau, Maquiavelo -entre muchos otros. "Me encantaba andar en su compañía --escribiría un oficial villista años más tarde-- y escuchar sus pláticas que más bien eran cátedras formidables. Ángeles era una universidad ambulante".

Profesor de matemáticas, balística y mecánica analítica dentro del Colegio Militar, la gran pasión de su vida fue el dominio de la más científica de las armas: la artillería. En su conocimiento puso el mayor de sus empeños y como alquimista de la edad media, logró fundir las matemáticas con la pólvora para crear un arte. A juicio de Ángeles, el disparo de un cañón no era la burda conjunción de fuego y destrucción, era la ciencia que encontraba su máxima expresión en un tiro parabólico, liberador de ideas y de sueños.

La revolución de 1910 sorprendió al entonces coronel Ángeles en Europa mientras realizaba estudios de especialización en artillería. Solicitó --sin éxito--, permiso para regresar a México a combatir a los rebeldes. El gobierno porfiriano decidió mantenerlo en el viejo continente, de donde volvió hasta enero de 1912, en pleno régimen maderista.

Si Francisco I. Madero veía en todos los hombres su propia capacidad para "amar al prójimo" --de ahí su confianza casi ciega, aun en sus enemigos-- su relación con Felipe Ángeles vino a confirmar su inquebrantable fe. Quizá ningún otro personaje de la revolución, fuese tan semejante a Madero en términos de humanismo. Don Francisco reconoció plenamente sus virtudes y además de otorgarle el grado de general brigadier, lo nombró Director del Colegio Militar.

Ángeles puso en práctica el humanismo maderista --y personal-- en la campaña contra los zapatistas que, desde principios de 1912, sufrían la despiadada crueldad de Juvencio Robles --dantesco personajes de la historia mexicana. Su arribo al estado de Morelos, no trajo la paz pero abrió la posibilidad real de la conciliación. El militar demostró, con creces, que su respeto por la vida humana estaba por encima de la devoción por la guerra.

En febrero de 1913, por un inescrutable designio de la Providencia, Madero bebió el amargo cáliz de la Decena Trágica al lado del general Ángeles. Estuvieron juntos varios días. Vieron transcurrir las horas lentamente y se percataron de cómo se escapaba la vida entre sus manos a pesar de las promesas de Huerta. Ángeles se conmovió al escuchar el casi imperceptible llanto de Madero, luego de enterarse del brutal asesinato de su hermano Gustavo. Tiempo tuvieron para hablar y tiempo tuvieron para despedirse la noche del 22 de febrero de 1913, cuando Madero y Pino Suárez fueron sacados de la intendencia del Palacio Nacional para ser llevados a la penitenciaría a donde llegaron tan sólo sus cadáveres.

 

La Gloriosa División del Norte

 

Los últimos instantes del infortunado presidente marcaron para siempre al general Ángeles. A partir de 1913 su discurso sería el maderista apoyado en las armas, pero sólo en casos estrictamente necesarios. Y el primero se presentó al poco tiempo: la revolución constitucionalista encabezada por Carranza vengaría la muerte de Madero buscando restablecer el orden constitucional roto por la traición de Huerta. Ángeles comenzó la etapa más gloriosa de su carrera militar, al lado de Pancho Villa, haciendo rugir los cañones de la famosa División del Norte.

"Qué cosas tan extrañas las de la Revolución --escribiría años más tarde un oficial villista--. El hombre más inculto de México fue el único que supo aquilatar las grandes virtudes y las grandes glorias de Felipe Ángeles". Ciertamente Villa, a diferencia de toda la corte carrancista que repudiaba el origen porfiriano de Ángeles, apreció a su artillero y juntos dieron grandes batallas --San Pedro de las Colonias y Zacatecas, entre otras--, que determinaron el curso la guerra en favor de la causa constitucionalista y la caída de Huerta en julio de 1914.

La influencia de Ángeles sobre Villa --que salvó a decenas de personas de morir a manos del Centauro-- no fue suficiente para impedir el rompimiento con Carranza y la escisión revolucionaria. Con el país entero otra vez en guerra, Ángeles siguió fiel a la causa villista hasta su derrota en las sangrientas batallas del Bajío en 1915.

El estratega de la División del Norte había recomendado al general en jefe no enfrentar a Obregón en la región central del país sino llevarlo al norte, a terreno conocido. Ensoberbecido por sus casi treinta y cinco mil hombres, Villa consideró que al "perjumado" de Obregón podía derrotarlo en cualquier sitio, pero le falló el cálculo: la División del Norte fue destrozada. Ángeles decidió abandonar el país y marchó a Estados Unidos, de donde regresaría a finales de 1918, transformado: había decidido cambiar el rugir de los cañones por la voz de la razón.

 

El Nuevo Madero

 

"Vengo en misión de amor y de paz --comentó Felipe Ángeles a principios de 1919. Vengo a buscar la manera de que cese esta lucha salvaje que consume al pueblo mexicano, unificando en un solo grupo a todos los bandos políticos que existen en la actualidad en el suelo de la república, sin distinción de credos."

Con "la genial caballerosidad y atención que le caracterizaba", el general Ángeles intentó persuadir a Villa de formar una alianza con viejos revolucionarios que se encontraban en el extranjero perseguidos por Carranza e incluso con el mismísimo "viejo de la barba florida" –como solía referirse a don Venustiano. El objetivo común debía ser la paz de la república y la instauración de un régimen democrático, respetuoso de las garantías individuales.

Los años en el exilio no habían minado la personalidad del general de cincuenta años. Seguía mostrando su porte distinguido; alto, delgado, sereno, de finas maneras y reservado en sus comentarios. Pero se veía cansado, casi abatido. Lo deprimía la situación de la república y el observar como la idea democrática de Madero, tras casi diez años de lucha, había sido desterrado del país. México vivía, la más pura expresión del canibalismo revolucionario.

Con las circunstancias adversas, Ángeles no tardó en seguir el mismo camino de Madero: el martirio. En su caso fue revestido con fórmulas legales. Víctima de una traición fue capturado por las fuerzas carrancistas y llevado a Chihuahua para ser sometido a un juicio sumario, cuya sentencia --la pena de muerte--, había sido dictada por Carranza desde 1914, cuando Ángeles siguió a Villa tras el rompimiento revolucionario.

El juicio fue una indignante farsa. Periódicos nacionales y extranjeros abogaron por el general; decenas de cartas fueron enviadas a la capital pidiendo el indulto o la conmutación de la pena. Nada conmovió a Carranza. Ángeles debía morir el 26 de noviembre de 1919.

Enterado de la sentencia, el general Ángeles dedicó las últimas horas de vida a su pasión por la lectura. Releyó algunos pasajes de La vida de Jesús de Renán; escribió una breve carta a su adorada Clarita confiado en que sus hijos, en un futuro no muy lejano, amarían a su patria; se confesó, y con su "espíritu en sí mismo" caminó al patíbulo. En ese lugar, en medio del silencio sepulcral, recibió a la muerte. La revolución había devorado a uno de sus mejores hijos.



 



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