domingo, 12 de diciembre de 2010

LA CELEBRACIÓN RELIGIOSA DEL 24 DE JUNIO: CREENCIAS Y RITUALES PLASMADOS EN MEMORIA HISTÓRICA

Enrique Galván-Duque Tamborrel
Julio / 2010

San Juan Tlilhuaca, uno de los 27 barrios de Azcapotzalco, conmemora a su santo patrono, San Juan Bautista el 23 y 24 de junio, días en los que además de la solemnidad de las lisonjas religiosas, se permite a los habitantes gozar de una festividad con su comida típica, costumbres y ahora también con una serie de actividades culturales.

Durante siglos se ha enriquecido la tradición acerca de la celebración pagano-religiosa, y si bien los orígenes de la festividad remiten a una costumbre traída de Europa por tratarse de un santo en la religión católica venerado en todo el mundo, ahora se sabe que en el México prehispánico la fecha del 24 de junio también tenía que ver con una serie de rituales en honor a Xochipilli, deidad del horizonte cultural en Mesoamérica.

Según los códices Borbónico y Tudela, Xochipilli correspondía a ozomatli (décimo primer signo de los días en el calendario nahua). También era conocido como el "Señor de las flores", pero lo más importante es que la representación de ese dios pintado de rojo y con apariencia de mono, es que era venerado en los caminos como si se tratara de una procesión.

Transcurrieron los siglos y esa imagen de la deidad prehispánica dejó de ser uno de los iconos de la cultura autóctona, una vez que se impone la celebración de San Juan Bautista, no sólo como parte de una fecha -el 24 de junio-, sino como pilar de una institución como es la Iglesia, ya que es precisamente el templo edificado en el siglo XVII en Tlilhuaca, el que echa por tierra y sepulta el culto tepaneca por la diosa Xochipilli.

El arqueólogo José Antonio Urdapilleta, uno de los cronistas de la delegación Azcapotzalco, asegura que el caso de San Juan Tlilhuaca es digno de mencionarse porque se trata de una población con una anécdota muy interesante, pues una vez que ese lugar cayó en manos de los aztecas en 1428, se estableció una guarnición militar, que originó una división entre sus habitantes.

Este problema se vio acentuado con la llegada de los españoles, dejando fraccionada a la comunidad por las creencias y santos a venerar, de manera que podían reconocerse dos pueblos, a saber: San Juan Mexicano y San Juan Tepaneca.

Desde entonces, y hasta principios del siglo XX, los tepanecas le rendían culto a San Juan Bautista, el 24 de junio y los mexicanos por su parte, veneraban a San Juan Evangelista, cuyo aniversario se celebra el 27 de diciembre.

Durante siglos, los mexicanos y los tepanecas se enfrentaron tratando de resaltar, cada uno, la fiesta de su santo patrono, para ver cuál predominaba en ambas comunidades.

Esa lucha de creencias y rituales terminó a principios del siglo pasado, y a partir de la década de los 40 aproximadamente, ambas fiestas se fusionaron en una sola para dar lugar al día de San Juan Bautista

María Elena Solórzano Carvajal, también cronista de la demarcación, refiere que San Juan Tlilhuaca, cuyo nombre significa (lugar de lo negro), por mucho tiempo fue conocido como (El Lugar de los brujos), "aunque nunca han sido hechiceros sino curanderos muy hospitalarios", por lo que no hay una analogía con el significado del pueblo y sus habitantes, aseguró.

Los preparativos de la celebración inician entre seis y ocho semanas antes; lapso en el que los colectores desfilan, casa por casa, recaudando fondos para sufragar los gastos de la propia fiesta y los contratos en los que se involucran al menos tres bandas de música, una tradicional y dos modernas; así como los trabajos por encargo encomendados a los coheteros que son ya una tradición.

Pirotécnicos, músicos y una serie de animadores conviven en la víspera con los habitantes del lugar y durante el desarrollo de la festividad que comienza a las 5:30 horas del día 24, con el repique de campanas, se realizan una serie de actividades en las que no pueden faltar las tradicionales "mañanitas" a San Juan Bautista.

Posteriormente, la imagen del santo patrono San Juan Bautista, sale de la iglesia en un altar construido exprofeso, para realizar la procesión por el pueblo, que fue dividido, de acuerdo con indicaciones del sacerdote en diferentes sectores o altares, y el beato tiene que ser llevado a cada uno de ellos.

Las estaciones o altares, entre ocho y 10, son adornados con flores y veladoras, y en cada uno de ellos se realiza una pequeña ceremonia que dura alrededor de 20 ó 30 minutos; una vez recorridas algunas calles, el santo retoma su camino para volver al templo, aposento que lo resguardará celosamente hasta el próximo año, cuando nuevamente tenga que salir y realizar su peregrinar.

Los pobladores, hospitalarios por tradición, ofrecen atole, café y tamales para convidar a los asistentes en la iglesia, quienes tres horas después se retiran, para posteriormente asistir a la Misa Mayor, que se oficia entre las 12:00 y 13:00 horas.

Aunado a todo ello, pero organizado un fin de semana anterior o posterior a la celebración del 24 de junio —para no entorpecer los festejos principales—, el programa se complementa con actividades culturales como exposiciones de fotografía antigua y documentos procedentes de archivos familiares; música -con el concurso la de una Orquesta Sinfónica- y una muestra colectiva con pintores de la localidad.

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