miércoles, 15 de diciembre de 2010

López Obrador


¿Políticamente indestructible?

 

Enrique Galván-Duque Tamborrel
enero / 2005

 

Mas reinos derribó la soberbia que la espada;
más príncipes se perdieron por sí mismos que por otros.

 

Después de las elecciones del 6 de Julio de 2003 se empezó apreciar un creciente extravío en las declaraciones de elogio que ha vitido sobre sí mismo el Jefe de Gobierno del DF, Andrés Manuel López Obrador. De momento, podemos simplemente especular sobre las causas de esta perturbación: quizá, el anuncio de la nueva postulación de Cuauhtemoc Cárdenas como precandidato presidencial para el 2006 que constituye la mayor amenaza a su propia candidatura; quizá, el triunfo electoral aplastante que le dio tres años de gobierno sin control parlamentario y con una mayoría perredista dócil a sus caprichos; quizá, los índices de popularidad y aceptación que han rondado al 90 por ciento de los capitalinos por varios meses. El caso es que ahora se declaró "políticamente indestructible".

Vale la pena apuntar literalmente sus palabras y después comentarlas: "Hay cuestiones fundamentales que lo hacen a uno políticamente indestructible. Una de ellas es la honestidad; otra el apego a principios... aunque no les guste a algunos. Mientras más apego se tiene a los ideales y principios se cuenta con más defensa..."

A las pocas horas remató: "Saben por qué no le hacía nada el viento a Juárez, ¿verdad?

-No, ¿por qué?

-Porque cuando Juárez estaba niño se fue a una laguna, se subió a una canoa y vino un viento muy fuerte, y lo que hizo fue acostarse en el piso de la canoa, del cayuco, dirían en un estado que conozco, y pasó el viento y no le hizo nada. Entonces, cuando uno dice: "le hacen a uno lo que el viento a Juárez", piensa la gente que es una majadería, una grosería, pero no es así. Cuando se es honesto -agregó-, cuando hay ideales y principios se es políticamente indestructible, y es algo así como el equivalente de: nos hacen lo que el viento a Juárez."

Resulta indispensable para la sociedad que los gobernantes den resultados y se conduzcan con probidad. El problema comienza cuando el espíritu de servicio y la obligación de gestionar la justicia social o el bien común, se transforman en simple aventura supeditada a una visión patrimonial del poder –el poder es mío y de mi partido- la cual va alejando al gobernante de los valores, la humildad y la democracia, convirtiéndolo cada vez más en una maquina dedicada a perpetuarse en el ejercicio del poder.

Cuando un cargo público llega a deformar el perfil de la persona emerge, como vemos, la ebriedad del mando, la imposición de visiones ideológicas y la intolerancia contra los adversarios –pirrurris les llama-, el reparto de canonjías incapaz de satisfacer los apetitos del propio partido, cuyos miembros se hayan listos a depredar en la oscuridad de la estructura burocrática, hecho que trastorna los objetivos de la autoridad, supeditándolos a la utilidad personal o a una empresa predatoria colectiva y corrupta al auspicio de un caudillo popular.

Sin embargo, es evidente que López Obrador no padece de locura o de prudencia excesiva, muy por el contrario: es astuto, frío y calculador. En este sentido, tanto él como su equipo de asesores deben percibir amenazas en el entorno que lo impulsan al mesianismo como forma de convencer a propios y extraños que nada ni nadie puede interponerse en un futuro político que sólo él mismo conoce, que muchos intuyen, pero del cual insiste en darse por muerto todos los días.

Ahora bien, lo que si resulta muy dudoso de su afirmación tiene que ver con la existencia de ideales y principios. Si hurgamos en los documentos básicos del PRD, encontramos un documento provisional, jamás consensuado en sus órganos internos ni aprobado en definitiva, el cual se refiere no a principios y valores políticos, sino a un conjunto de enunciados cuyo común denominador es estar en contra de todo lo identificable con el neoliberalismo, así como de estar condicionadamente a favor de la aun menos precisa Ideología de la Revolución Mexicana.

Al menos en la institución perredista no queda claro cuales son esos ideales y principios que producen el milagro de la indestructibilidad política, sobre todo, cuando vemos que los propios militantes y dirigentes del PRD son los primeros en ignorarlos durante sus contiendas internas en las cuales no es posible hacer una elección limpia; o con su incapacidad de alcanzar acuerdos con otras fuerzas políticas; o con la falta casi absoluta de seriedad de sus dirigentes, manifiesta en que un día están a favor de algo y al día siguiente en contra según se mueva el viento; o quizá en la ambigüedad ideológica de un partido que para unos es de izquierda, para otros revolucionario, para algunos socialista, pero en el que nadie es capaz de esclarecer definitivamente por qué lucha cuando se asumen dobles o triples discursos en forma estrictamente pragmática.

Como derivado de este movimiento amorfo, sin raíces ni principios definidos, López Obrador ha construido ciertamente su propio ideal, su mito particular, su imagen ad hoc que, como hemos afirmado, implica fabricarse un blindaje ideológico que lo protege contra toda crítica y cuestionamiento por asociar su figura política con la defensa de los intereses de los pobres, sin perjuicio de gobernar la entidad mexicana donde hay menor pobreza. Al haberse envuelto en la bandera de la defensa de los desamparados, quisiera que olvidáramos que la ciudad está a merced de los amarres y acuerdos políticos con las tribus del PRD que dominan y controlan al partido así como de las eficaces clientelas perredistas, que ponen en entredicho la completa honestidad del gobierno de la que presume López Obrador, sin necesidad de que repasemos los graves problemas que afectan la vida cotidiana en la metrópoli.

El éxito de este blindaje ideológico, armadura confeccionada a la medida, tiene que ver con que para muchos mexicanos es "políticamente correcto" defender a los pobres y mejor todavía si para ello se invoca a figuras de la historia como Juárez o Cárdenas, quienes lejos de ser un vivo ejemplo son simplemente utilizadas como figuras imitables de utilería. La fórmula es simple: hacer creer que, como en el pasado, corresponde sólo al gobierno resolver el problema de la pobreza a través de apoyos y gasto público que, de paso, generen votos para asegurar la reproducción del modelo, bajo el principio de que presupuesto que no genere votos es un presupuesto mal gastado.

Así las cosas, parece ser que no hay posibilidad de evaluación y rectificación en la megalomanía de López Obrador cuyos primeros síntomas externos son ya del dominio público; el Jefe de Gobierno tiene ya un séquito creciente de seguidores cada vez más hambrientos de las palabras del Mesías de la Izquierda Mexicana. Sin embargo, los propios avatares de la política pueden convertir el fenómeno en trayectoria fatal: tarde o temprano la soberbia sufre el peor de los castigos en el orgullo lastimado de quién, por falta de auténticos valores y principios, no podrá vislumbrar la forma democrática, republicana y humilde de aproximarse al poder y conquistarlo.

 

 

 

 

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