jueves, 9 de diciembre de 2010

Muerte a la mexicana

 

Enrique Galván-Duque Tamborrel

 

 

Según reza la leyenda, el "carretero de la Muerte" es aquel individuo que habiendo fallecido en el último segundo del 31 de diciembre, tiene la misión de recorrer el mundo recogiendo --en su silenciosa carreta-- las almas de todos aquellos seres que fallecen durante los 12 meses del año. Su paso es firme y exacto, marcado por cada segundo que transcurre para llegar con puntualidad a su cita: la muerte espera al final del camino.

Podemos suponer que en México, el "carretero de la Muerte" detiene momentáneamente su andar, el 1 y 2 de noviembre. Por una vieja tradición pagano-religiosa son días de fiesta: el culto a los muertos se hace presente; florecen los altares alrededor de los retratos de los antepasados difuntos que parecen advertir: "Como te ves me vi".

Pero es posible que la Muerte se detenga por otro motivo: la reflexión por el sino fatal, la vocación mortuoria, la tradición funeraria que envuelve a la historia de México. Indudablemente la Muerte está presente en todas las épocas y en todos los pasajes de la historia universal. Sin embargo, en México hay casos muy concretos que demuestran que la Muerte ronda en el aire con especial predilección sobre ciertos individuos y por momentos los ha cubierto con su manto, algunas veces rozándolos, otras, tocándolos en forma definitiva.

 

Las aproximaciones

 

¿Qué factores influyen para que un hombre común se acerque tanto a la Muerte pero logre evadirla? La Muerte encuentra en la fortuna a una de sus principales rivales. El último minuto de vida tiene que llegar fatalmente. Pero en ocasiones la fortuna, para bien o para mal, le arrebata algo de tiempo.

Una broma cruel jugó la fortuna, la muerte --y Juárez-- a Maximiliano, Miramón y Mejía. Confirmada la pena capital para el 16 de junio de 1867, los reos fueron puestos en capilla; momentos antes de ser conducidos al lugar señalado para la ejecución, ésta se pospuso para tres días después. El 19 de junio, fecha en que fueron fusilados ya estaban muertos. Murieron dos veces.

Durante su vida el general Manuel González fue herido en 17 ocasiones --sable, bala, metralla--, perdió un brazo, le abrieron el muñón durante otro combate... fue un gran militar y llegó a ser presidente de México (1880-1884).  Ninguna de sus 17 heridas lo llevó a la tumba. Falleció de causas naturales en su vieja hacienda de Chapingo.

¿Qué hubiera sido de la Revolución si Pancho Villa hubiera muerto en sus inicios? En 1912, por órdenes de Huerta, Villa fue colocado frente al pelotón del fusilamiento; en el último momento, cuando se disponía la ejecución, llegó el perdón de Madero a través de uno de sus hermanos.

1915. Herido por una granada, Obregón cayó al suelo sin un brazo; retorciéndose de dolor, sacó su pistola, la colocó sobre su cabeza y jaló el gatillo... estaba descargada ---un día antes había sido limpiada por su asistente. Cuando el teniente coronel Jesús M. Garza se dio cuenta de las intenciones del general, le arrebató la pistola y lo condujo ante el médico. Tiempo después y por otras circunstancias, Garza se suicidó.

 

"Cuando el alma del cuerpo se desprende"

 

Para aquellos estudiosos de las cuestiones parapsicológicas, la personalidad de Álvaro Obregón merece un acercamiento. Además de su frustrado intento de suicidio, otras experiencias de su vida muestran un contacto cercano, la clara presencia de la muerte por lo menos en tres ocasiones ---como lo señala Enrique Krauze en su biografía sobre el manco de Celaya.

Obregón así lo percibía. En 1909 escribió un poema titulado Fuegos fatuos, cuyas primeras estrofas revelan la personalidad de un hombre desdeñoso del tránsito físico, terrenal, pero --implícitamente-- convencido de la existencia de otra vida, marcada por el plano espiritual:

 

"Cuando el alma del cuerpo se desprende
 y en el espacio asciende,
 las bóvedas celestes escalando,
 las almas de otros mundos interroga
 y con ellas dialoga,
para volver al cuerpo sollozando;
 sí, sollozando al ver de la materia
 la asquerosa miseria
con que la humanidad, en su quebranto,
arrastra tanta vanidad sin fruto,
olvidando el tributo
que tiene que rendir al camposanto."

 

El espiritismo fue una doctrina que tuvo toda la formalidad y el impacto de una corriente filosófica en Estados Unidos y Europa durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX. En México, el espiritismo practicado por Francisco I. Madero fue el argumento utilizado por sus enemigos, para tildarlo de "chiflado". Convencido de las doctrinas básicas espíritas --contenidas en obras como El Evangelio según el espiritismo o El libro de los espíritus-- y seguidor de su principal filósofo --Allan Kardec--, Madero fue médium escribiente. Su comunicación con los espíritus y las bondades del espiritismo --justicia, fraternidad, libertad-- influyeron para que abrazara la causa de la democracia.

Más asombroso --pero menos conocido-- que el espiritismo de Madero fue el espiritismo ortodoxo que Plutarco Elías Calles abrazó en los últimos años de su vida. Calles, el mismo hombre que había tratado de "extirpar la fe católica de México", en el ocaso de su vida concurría "religiosamente" al círculo de investigaciones metapsíquicas de México, donde se comunicaba con almas que recorrían los diferentes planos metafísicos. Desde ese lugar, hizo la única profesión de fe de toda su existencia: creyó en otra vida. Ambos recurrían a la muerte... como fuente de vida.

 

Los restos mortales

 

La Muerte ha de sonreír cuando piensa que el último instante de vida y el paso a otra, supone "descansar en paz y eternamente". ¿Descansan en paz los restos mortales de los personajes de nuestra historia? Algunos solamente. Tan azarosa fue su vida como lo ha sido su muerte.

El culto a los muertos y la mitificación de la historia --la idea de rendir honores a los personajes que han contribuido a formar la patria-- han impedido que muchos de ellos finalmente descansen en paz. La fijación de hacer monumentos, crear urnas especiales, esculpir enormes estatuas con notorios pedestales para depositar los restos, han creado una especie de nomadaje mortuorio.

El sentimiento antiespañol al grito de "mueran los gachupines", enarbolado por algunos grupos radicales durante los primeros años del México independiente --que culminó con la expulsión de españoles--, propició una persecución sobre los restos de Cortés, sólo evitada, gracias a la intervención de Lucas Alamán, que pudo esconderlos y ponerlos a salvo de la turba enardecida, sepultándolos en la templo del hospital de Jesús que el propio conquistador había fundado.

Los héroes de la Independencia no corrieron con mejor suerte. Al momento de morir fusilados, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron decapitados y sus cabezas expuestas públicamente durante 10 años. Al consumarse la Independencia pudieron reunirse los restos de los principales insurgentes, mismos que fueron cambiados de sitio en varias ocasiones. El peregrinar de los restos y las malas condiciones en que se encontraban propició una investigación (1911) para identificar de quién eran cráneos, fémures y demás huesos que se encontraban en la urna. La odisea terminó cuando fueron trasladados al Ángel de la Independencia (1925), pero con una nueva baja entre las filas insurgentes: los restos de Morelos desaparecieron y hasta la fecha se desconoce su paradero.

Con excepción de su pierna, Santa Ana podría decirse que "casi" descansa en paz ---aunque para muchos no lo merezca.  Perdida durante la guerra de los pasteles (1838) --unas veces honrada, otras vituperada, al grado de ser arrastrada por las calles de la ciudad-- su pierna se perdió en el convulsionado México del siglo XIX. Siendo ya un viejo, algunos charlatanes lo visitaban para ofrecerle su "auténtica" pierna, misma que compró varias veces. Nunca la recuperó.

La admiración por una persona puede rebasar los límites de su vida y seguir hasta en la muerte. Tal fue la última voluntad del presidente Anastasio Bustamante: que su cuerpo fuera sepultado, pero su corazón extraído para ser colocado en una urna, junto a los restos de Agustín de Iturbide. Y así fue, en la capilla de San Felipe de Jesús de la Catedral Metropolitana, bajo el osario de Iturbide se encuentra la urna con el corazón de Bustamante.

Si la admiración puede ser eterna, la rivalidad también. Durante los últimos meses del imperio de Maximiliano, Miramón estuvo a unas cuadras de capturar a Juárez (Zacatecas, 1867); lo habría fusilado. Juárez aprehendió a Miramón y fue ejecutado. El panteón de San Fernando recogió los restos de ambos, pero ni muertos podían estar juntos. Al regresar a México hacia la década de 1890, Concha Lombardo de Miramón --esposa del general-- se indignó al saber que su esposo yacía a unos cuantos metros de Juárez. Exhumó el cuerpo de su marido, para llevarlo lejos del zapoteca; sus restos descansan en la catedral de Puebla.

A pesar de su violentísima muerte --asesinado con balas expansivas-- Pancho Villa tuvo una cristiana sepultura y "descansó en paz" por algunos años. Una noche, un grupo de desconocidos entraron al panteón donde fuera sepultado en Chihuahua y profanaron su tumba. A la mañana siguiente, el cuerpo del Centauro apareció sin cabeza. Nadie sabe qué fue de ella. Las malas lenguas cuentan que fueron los gringos, quienes deseaban analizar su cerebro, para saber qué tenía en la cabeza, aquel hombre que se atrevió a invadir su territorio.

Hay un grupo de personajes, cuyos restos, evidentemente, no alcanzarán el descanso --al menos no dentro de su fosa. Ellos son los jefes de la revolución. Paradójicas resultan la historia y la muerte; la primera se encargó de separarlos haciéndolos irreconciliables enemigos; la segunda se ha encargado de juntar sus restos --bromas de la vida ¿o de la muerte?

Zapata fue intransigente; Carranza mandó matar a Zapata; Obregón mandó asesinar a Carranza y luego a Villa; antes Villa le había hecho la vida "de cuadritos" a Carranza. Calles mandó asesinar a Obregón y Cárdenas expulsó del país a Calles. Algún funcionario, hijo de la familia revolucionaria, tuvo la brillante idea de juntarlos, y todos --con excepción de Zapata y Obregón-- fueron trasladados al monumento de la Revolución. ¿Cómo podrían descansar sabiendo que los enemigos ocupan un lugar cercano?

Muda testigo de la historia: La Muerte. Su manto va cubriendo todo y tras su estela fúnebre, se perciben Fuegos fatuos que danzan entre los sauces y lápidas del cementerio cuando cae la noche:

 

"Allí donde el monarca y el mendigo
uno de otro es amigo;
donde se acaban vanidad y encono;
allí donde se junta al opulento
el haraposo hambriento
para dar a la tierra el mismo abono..."

 

Allí todo es igual; ya en el calvario/es igual el osario;/y aunque distintos sus linajes sean, de hombres, mujeres, viejos y criaturas,/en las noches obscuras/los fuegos fatuos juntos se pasean.



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