martes, 14 de diciembre de 2010

Pánico infundado


Enrique Galván-Duque Tamborrel

Abril / 2005

 

Los alarmistas o son alarmados
o los pagan por alarmar

 

 

La existencia de la República no se juega por el desafuero de López Obrador, pero si se juega el destino en cuanto al aprendizaje de la cultura del respeto a la ley y a las instituciones.  La suerte del país, su infortunio o prosperidad no está en función del desenlace de este incidente político, sino en la lección que éste deje. Las cuestiones fundamentales de las que depende el futuro de México, los fenómenos que inciden sobre la calidad de la vida de los mexicanos, sobre la integridad y la sustentabilidad de esta nación, no habrían de cambiar de curso sólo porque el jefe de gobierno del Distrito Federal sea o no candidato a la presidencia y gane o no las elecciones. La nación mexicana como la conocemos o la imaginamos sí está en grave riesgo, no por lo que les ocurra a López Obrador, a Fox, al Partido de la Revolución Democrática (PRD), al Partido Revolucionario Institucional (PRI) o al Partido Acción Nacional (PAN). Los peligros que México enfrenta son reales y tangibles, inminentes y muy ajenos a las preocupaciones e incluso a la suerte político electoral de los irresponsables que apuestan a que la ley sea violada y las instituciones del país burladas.

Después del desafuero, pise o no López Obrador la cárcel, se mude o no a Los Pinos, si no adquirimos ---no digo retomamos porque nunca la hemos tenido---  la cultura del respeto a la ley y a las instituciones, el 30% del territorio nacional seguirá —como lo apuntó la ONU— en proceso de desertificación, la juventud mexicana continuará emigrando desesperadamente a Estados Unidos, el Estado mexicano continuará de rodillas frente a los burladores de la ley y sus instituciones, la educación seguirá postrada en la bancarrota, el crimen organizado seguirá adueñándose de los cuerpos policíacos, la injusticia, el abuso del poder, la impunidad y la tortura —como también lo apuntó la ONU—, el abandono de la niñez, la violencia contra las mujeres, la destrucción de la cultura y tantas otras lacras seguirán siendo norma y no excepción. Cualquiera de quienes por las buenas, las malas o las peores aspiran al poder en 2006, se encontrará, al obtenerlo, con un sistema socio-político que no funciona porque no hay ley que lo regule y que sea respetada, con una presidencia que sola nunca podrá cumplir su responsabilidad por lo mismo.  En vez de pelear a destiempo y desesperadamente por ella, lo que los políticos hoy encaramados debieron hacer o siquiera intentar, es la reforma estructural del Estado, indispensable para la reconstrucción política del país y para recobrar la eficacia de las instituciones.  Con el desafuero se jugó el aprendizaje al respeto de la Ley, y por ende el destino personal de algunos políticos, sus ansias de poder y sus ambiciones, no la existencia del país pero sí su destino.  Este es, a menos que algo trascendental hagamos para modificarlo, un triste, desalentador y, en el mejor de los casos, un destino mediocre para México.

La preocupación de los políticos, y la atención obsesiva y deforme de los medios de comunicación por el desafuero, nos muestra el abismo que existe entre la realidad nacional y el debate político. El tema del desafuero es la medida monumental de la desatención a los verdaderos retos nacionales y el abandono doloso y suicida de las reformas en las que los políticos debieron concentrarse, después de que en la elección del año 2000 la ciudadanía mexicana quiso dejar atrás el autoritarismo, la corrupción, la demagogia, la impunidad, la simulación y la mentira.  De que sirve que el presidente Fox luche por crear un verdadero estado de derecho si nadie, empezando por los que medran en la política, le hace caso y cada quien jala para su lado y conveniencia.  De que sirve que el presidente Fox insista en que para acabar con la falta de respeto a las leyes y a las instituciones, es necesario que cada quien cumpla con su deber con honestidad y responsabilidad ciudadana, si a todos nos entra por un oído y no sale por el otro y nos burlamos del llamado.

El debate sobre el desafuero ha sido objeto de muchas distorsiones y mal entendidos, que con intención sospechosa han propalado la mayoría de los medios informativos, analistas y politólogos, con un alto contenido de falsedades y verdades a medias. Resulta por tanto aleccionador que algunas mujeres perspicaces empleen, para referirse a los argumentos de uno y otro campo, términos como "los desaforados" u "hombres a punto de un ataque de histeria". En efecto, hay una histeria de dimensiones machistas, una actitud desaforada que pone de manifiesto el alcance de la degradación política que vivimos. Es por principio de cuentas una exageración histérica creer que si a López Obrador se le desafuera y no se le permite registrarse como candidato a la presidencia, el país se precipitaría en una lucha social violenta e incontrolable. Es de esperar que finalmente se imponga la cordura, que López Obrador y el PRD se den cuenta que sus intereses y sus posiciones de poder se pondrían en riesgo por un llamado insensato a la radicalización y a la confrontación social. El PRD ha dejado ya de ser la vanguardia de la lucha social, su proyecto es difuso y pragmático; es un partido electorero que lo que busca a toda costa son posiciones. Es cierto, López Obrador unifica a su partido, más no por ser portador de un verdadero proyecto, el que enarbola es vago y ambivalente. Tampoco la ciudadanía habrá de sublevarse sólo porque López Obrador haya sido desaforado. No es para tanto. Habrá quienes vociferen pero pensar que el desafuero será la chispa que incendiará la pradera, es no conocer la realidad social del país. Abundan las razones reales y tangibles por las que millones de mexicanos podrían salir a las calles a manifestarse violentamente y no lo han hecho. Hay no sólo un miedo a la violencia sino por fortuna también una innata e inocultable inteligencia, para no dejarse manejar como borregos y que les tomen el pelo, entre los más pobres y desvalidos.

El verdadero riesgo es que esta degradación socio-política que vivimos, producto de la cultura del no respeto a las leyes, conduzca a México a una mayor descomposición, que se acentúen las manifestaciones de violencia criminal, de impunidad, de luchas fraccionarias y de regionalismos y localismos caóticos y desarticuladores. En todo caso, y sin menospreciar los méritos políticos de López Obrador, creer que su candidatura a la presidencia es la alternativa que los mexicanos pobres estaban esperando para salir de la marginación es sencillamente un espejismo. Ni López Obrador es el monstruo populista que llevará el país al caos económico como algunos lo califican, ni es el salvador de la patria, el Mesías prometido, como otros lo describen. El debate sobre el desafuero es tan desproporcionado que algunos comparan a López Obrador con Fidel Castro o Chávez y otros con Hidalgo, Juárez o aún más grotesco, con Nelson Mandela, quien no simplemente pisó la cárcel del apartheid en Sudáfrica, sino que permaneció en ella 24 largos años, la mayor parte incomunicado en una mazmorra pestilente y húmeda. ¿Es eso lo que le espera a López Obrador? Resulta igualmente fuera de proporción hablar de un golpe de Estado y presentarlo como la víctima inocente de una descomunal injusticia, de una violación criminal de sus derechos humanos y políticos. En el listado de infamias y de injusticias, que a diario se les ocurren a infinidad de mexicanos, el caso de López Obrador está francamente al final de la cola.

Es histérico e insensato decir que lo que está en juego es todo un proyecto de nación y todo un liderazgo alternativo. Lo que si se puede afirmar es que lo que está en entredicho es la justicia, el estado de derecho, la vigencia del orden jurídico, la idea misma del cumplimiento cabal de la ley. Independientemente de que haya sido desaforado López Obrador, por la actitud asumida por algunos políticos y ciudadanos ha sacado a relucir que la ley no rige la vida pública, ni la conducta de los políticos mexicanos. En México la injusticia campea en todo el país y sus principales víctimas, son anónimas, carecen de voz y visibilidad; el caso por el que se desaforó a López Obrador, según lo expresado por algunos políticos, no es ni en un sentido ni en otro, un caso dramático, ni ejemplar; esto habla por si solo de la idea que tienen sobre la ley.   Sería una verdadera utopía pensar que la corrupción se pueda erradicar durante un solo régimen, aun así el gobierno de Fox ha luchado denodadamente para0 combatirla; bajo su mando la procuración de justicia es una lucha constante, ante una sociedad sorda y caprichosa que  parece que obedece más a los intereses y caprichos de políticos corruptos que a la ley, hasta el nuevo presidente del PAN lo sabe y lo dice.

Es una desvergüenza que López Obrador alegue que no desacató una orden judicial y no lo haya podido probar, y sin embargo se pitorrée de las instituciones, cosa que es costumbre en él. Eso es quizá lo que ocurrió pero alega que la razón de quererlo desaforar es un complot en contra de él para eliminarlo, y para esto le echa la culpa a tirios y troyanos, no se la echó al Papa porque éste ya estaba muy enfermo, si no hasta con él arrasa.  El gobierno de Fox se ha mantenido fuera de la jugada a pesar de que han sobrado los obtusos que afirman lo contrario, empezando por alguno que otro Judas.

 

« Cum fatius consilium non habeas: non enim poterunt dirigiere nisi que eis placent. » (Con los necios no consultes porque estos no podrán amar sino las cosas que les placen).- Eclesiastés, cap. VIII, v. 20.

 

 

 

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