Enrique Galván-Duque Tamborrel
junio / 2005
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo hasta llegar a la cima. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada.
Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y los estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo
Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida.
Él pensaba que iba a morir, sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos... Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar:
"AYUDAME DIOS MIO."
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
"¿QUE QUIERES QUE HAGA?"
"Sálvame Dios mío"
"¿REALMENTE CREES QUE TE PUEDA SALVAR?"
"Por supuesto Señor"
"ENTONCES CORTA
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó...
Cuenta el equipo de rescate que el otro día encontraron al alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda ... A DOS
METROS DEL SUELO...
... ¿Y tú? ... ¿Qué tan confiado o aferrado estás de tu cuerda?
... ¿Por qué no la sueltas?
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