martes, 14 de diciembre de 2010

Roberto Madrazo, ganar traicionando

 
Enrique Galván-Duque Tamborrel
junio / 2005

 

La parábola idónea para el político tabasqueño. El cuento que lo describe a la perfección. La historia del escorpión que se monta sobre la espalda de un sapo para cruzar el río y el sapo le pregunta: "¿Cómo sabré que no me vas a picar?". El escorpión responde: "Porque si lo hago moriré también". La rana se siente satisfecha con esta respuesta y comienzan a cruzar, pero a la mitad del río, el escorpión pica a la rana. La rana, paralizada por el piquete, empieza a hundirse y sabiendo que ambos se ahogarán tiene apenas tiempo para preguntarle al escorpión: "¿Por qué?". Y el escorpión responde: "Es mi naturaleza".

Ese es Roberto Madrazo y esa es la naturaleza que lo define.

Ganar traicionando. Ganar mintiendo. Ganar saboteando acuerdos y desconociéndolos. No puede evitarlo. Es el escorpión que pica a la rana, el hombre que rompe su palabra después de darla, el político que avanza prometiendo una cosa y entregando otra. Eso hizo con Ernesto Zedillo; eso hizo con Esteban Moctezuma; eso hizo con Elba Esther Gordillo; eso hizo con Arturo Núñez; eso hizo con el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios; eso hizo frente al desafuero. Para entender la actuación de Roberto Madrazo en la política nacional basta una regla: ante lo que diga, hay que creer lo contrario. Frente a lo que prometa, hay que esperar lo opuesto. No es lo que parece sino al revés. Y lo demuestra paso a paso.

Allí está la historia olvidada de Tabasco. Capítulo negro que merece ser recordado, sopesado, desenterrado. Esa elección en la cual Roberto Madrazo gasta un 33% por encima del tope de campaña y 135 dólares por cada voto. Esa elección en la que hay fraude en un 25% de las casillas. Esa elección financiada con recursos del Banco Unión y del pillo —Carlos Cabal Peniche— que lo desfalcó. Esa elección que lleva a denuncias perredistas y a rebeliones perredistas. Después de la cual Madrazo se compromete a dejar su puesto a cambio de la Secretaría de Educación, pero cambia de idea. Se rebela contra Zedillo y lo doblega; encabeza una movilización estatal que acorrala al gobierno federal y lo somete; se convierte en el Mesías de los políticos periféricos y los encabeza. De allí lo persiguen los juicios políticos, las acusaciones, la cruzada de un Santiago Creel cuando todavía peleaba por la democracia. La complicidad del niño verde que ya demuestra lo negro que en realidad es. Y al final. Madrazo se sienta en la silla en la cual se sentó su padre, pero sin la reputación modernizadora de aquél. Gana a la mala y seguirá actuando así.

Allí está la historia de las reformas estructurales. Roberto Madrazo ofrece apoyo y entrega sabotaje. Ofrece un pacto con Elba Esther Gordillo y luego lo rompe. Se pronuncia en favor del cobro al impuesto al valor agregado (IVA) y después condena su consideración. Llega a acuerdos con Vicente Fox y finalmente los desconoce. Habla de la necesidad de apoyar la modernización económica del país pero no hace lo necesario para promoverla. Voltereta tras voltereta, Madrazo se gana la reputación de un hombre sin palabra. Sin honor. Capaz de inspirar miedo pero incapaz de inspirar confianza. Capaz de emprender negociaciones pero incapaz de ser consistente a lo largo de ellas. El que va por la vida clavando cuchillos en la espalda de sus aliados porque los considera desechables. El que impone pero no convence. El que remataría a su madre si ello le garantizara ganar.

Allí está la historia del desafuero. Roberto Madrazo diciendo que prefiere competir antes que frenar. Que prefiere contender antes que excluir. El que dice: "En lo personal yo sé que puedo ganar; le gané en 1994 el gobierno de Tabasco". El que instruye a los diputados para que voten "su conciencia". Y al cuarto para las 12 el resultado previsible, el desenlace contrario. La disciplina partidista que refleja la presión madracista. La tentación inevitable de la traición. Aquello que Roberto Madrazo simplemente no puede evitar. El tropezón, el moretón, la metida de pie, el ataque incesante al adversario tan sólo porque existe.

Su trayectoria lo demuestra. Su actuación lo confirma. Roberto Madrazo no defiende un solo principio ni posee un solo escrúpulo. No puede ver un cinturón sin golpear debajo de él. Lo mueve el pragmatismo puro de quienes están dispuestos a vender y comprar y negociar cualquier cosa. Lo mueve el deseo de agandallar aun cuando sabe que podría ganar. Lo mueve la necesidad de ser reconocido como su padre lo fue, aunque traicione la causa modernizadora que enarboló. Es de los que promete construir un puente aunque no hay río; es de los que critica la corrupción mientras la lleva a cabo. Es de aquellos que dice servir a la gente mientras se sirve de la gente. Así es.

En cualquier otro partido en cualquier otra democracia, Roberto Madrazo ya sería historia por su historia. Ya hubiera acabado frente a los jueces y ante los tribunales. Ya hubiera sido rechazado por la opinión pública y condenado por ella. No tendría futuro ni aliados ni perspectivas ni una candidatura presidencial en puerta. Pero lo que en otras organizaciones sería motivo de expulsión, en el PRI es motivo de admiración. Lo que en otras latitudes generaría oprobio, en México produce seguidores. La longevidad de Roberto Madrazo es síntoma de un problema más profundo. La supervivencia del tabasqueño refleja lo peor de los mexicanos. Madrazo existe por las contiendas que gana, los vacíos que llena, las complicidades que permite, la forma de ejercer el poder que a tantos benefició y que muchos añoran.

Prevalece porque sabe ganar elecciones. A la vieja manera. A la vieja usanza. Con dinero, con intimidación, con patronazgo, con operaciones "marea roja", con bajos niveles de participación electoral y el triunfo por default que producen. Con candidatos como Jorge Hank Rhon y las estrategias que desempolvan. Con irregularidades como las de Jorge Peña Nieto y la incapacidad institucional para lidiar con ellas. Madrazo es un animal electoral y lo demuestra. Elección tras elección, levanta al PRI del suelo y lo pone a contender. Contienda tras contienda, recoge al PRI de la derrota y lo encamina hacia la victoria. Y por ello, para muchos priístas, Madrazo es la gallina de los huevos de oro. Es el que ofrece la restauración, la recuperación, el regreso. Y lo sabe. Como lo declara a The New York Times: "Ahora que la novia es bonita, que le hemos limpiado la cara, todos quieren estar con ella".

Roberto Madrazo prevalece porque aprovecha la parálisis gubernamental –mucha de ella provocada por sus propios legisladores guiados por él-- y se nutre de ella. El PRI que encabeza viene de vuelta porque no hay un PAN aparentemente eficaz que lo pare, ni un PRD consolidado. Porque no hay una gestión exitosa –frenada constantemente por priistas y perredistas-- que lo frene. Regresa a pesar del descrédito de sus líderes y a pesar de sus divisiones internas. Regresa gracias a la incompetencia provocada de sus adversarios y la ayuda que el propio presidente le provee. Regresa porque puede. Vicente Fox —como lo ha argumentado el perredita y rabanito Lorenzo Meyer— se ha convertido en el arma secreta del PRI. Un PRI que crece a la sombra de "el defecto –supuesto o cierto-- Fox". Un Roberto Madrazo que pasa de ser contrincante desacreditado a interlocutor necesario. Mientras peor ambiente le fabrican al guanajuatense, mejor le va a los priístas. Mientras más abusos le inventen a Marta Sahagún, más armas le proveen a quienes se lanzarán a atacarla. Mientras más supuestos –según los propios priistas-- fracasos acumula el foxismo, más oportunidades le provee a quienes buscan su destrucción.

Roberto Madrazo prevalece porque entre ciertos sectores de la sociedad, es percibido como el mal menor. El candidato del "por lo menos". De los desilusionados con la democracia. De los que argumentan —como él lo hace— que "la pura alternancia no nos ha llevado a ningún lado". De los que prefieren la corrupción compartida del PRI a la supuesta ineptitud institucionalizada del PAN. De los que añoran el viejo sistema de reglas claras y complicidades predecibles. El candidato de los empresarios que quieren continuidad; de las clases medias que quieren estabilidad; de los mexicanos que quieren más de lo mismo. Madrazo se monta sobre aquellos que prefieren la eficacia negra a la ineficacia gris. Los que prefieren una democracia restringida a una democracia paralizada. Los que preferirían apoyar al priísta maloliente en vez del populista peligroso. Los que estarían dispuestos a tirar la democracia por la ventana antes de permitir que Andrés Manuel López Obrador entrara por ella.

El tabasqueño persiste en la política por la visión que los mexicanos tienen de ella. Como un intercambio de favores, como una circulación de prebendas, como una protección continua de intereses compartidos. Y por eso no le preocupa ser impugnado por la sociedad. No le preocupa ser percibido como el "más agresivo, más hipócrita, más mentiroso" de los precandidatos posibles. No le quita el sueño ser el priísta con los negativos más altos. Sabe que eso no es un obstáculo para ser apoyado, para ser elegido, para contender. Su apuesta es al voto duro y a la desilusión ciudadana –por eso la atiza constantemente--, a la maquinaria que aplasta a las redes perredistas e inhibe su creación. Su apuesta es al apoyo empresarial y cómo se volcará en su favor. Su apuesta es a la máxima que rige el comportamiento de todos aquellos con intereses que necesitan proteger y privilegios que quieren conservar. La máxima mexicana de "todos se acomodan".

Finalmente, Roberto Madrazo sigue allí porque es percibido como elegible. Porque es visto —en palabras de María de las Heras— no como el mejor sino como el bueno. Como el que puede llegar al picaporte de Los Pinos. Como el que cuenta con los apoyos más extensos aunque posea las características menos atractivas. "Es el único que puede ganar la presidencia", dice Ulises Ruiz (¿les extraña?). Y a los priístas los une el olor del éxito, el sabor anticipado de la victoria, la posibilidad de recuperar el poder presidencial que perdieron y sienten a su alcance. Priístas hambrientos, priístas sedientos, priístas que se congregarán en torno a Roberto Madrazo aunque desconfíen de él. Aunque lo odien. No pueden evitarlo; es su naturaleza.

Ahora bien, Madrazo sigue allí pero disminuido. Sigue allí pero damnificado. Sigue allí pero cuestionado. Once años de traiciones tienen un costo. Once meses de desafuero entrañan una erosión. Toda una trayectoria de trampas engendra una desconfianza compartida y difícil de remontar. Porque como lo escribe Milan Kundera en La insoportable levedad del ser: "La primera traición es irreparable. Lleva a una reacción en cadena de traiciones, cada vez más lejos de la traición original". Y en el caso de Roberto Madrazo, produce un político en cuya palabra nadie cree. Crea un candidato cuyos compromisos nunca terminan siéndolo. Engendra un líder que se pronuncia en favor de la modernización pero nunca lucha por ella. Produce la percepción de alguien que traiciona todo el tiempo porque no tiene otra habilidad.

 



 


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