domingo, 12 de diciembre de 2010

¿Somos verdaderamente demasiados sobre la tierra?


Enrique Galván-Duque Tamborrel
julio / 2005

 

En geopolítica, uno de los factores de dominio mundial es el control de la población, dato que ha interesado siempre a los estadistas, fundamentalmente a los de este siglo que termina. ¿La razón? En poco menos de 70 años hemos vivido dos revoluciones demográficas de tal calibre, que las relaciones de poder entre los Estados pueden dar un giro imprevisto en cuestión de pocas generaciones como explica Gérard François Dumont, profesor de la Sorbona y presidente del Instituto Demográfico de París, la población mundial ha experimentado un avance fundamental durante este siglo: de 1.634 millones de personas contabilizadas en 1900, según los cálculos más fidedignos, habremos pasado a 6.127 en el año 2000.

Este gigantesco salto en la población (un 275%) es único de nuestro siglo, y es lo que ha permitido hablar de superpoblación, si los datos se toman en términos absolutos, y no relativos a los avances tecnológicos.

Pero, asevera el profesor Dumont, de manera simultánea, las últimas décadas del siglo XX están marcadas por un segundo fenómeno extraordinario, sin precedentes en la Historia: un descenso de la fecundidad a niveles inimaginables en el cuadrante más desarrollado del planeta. La causa, según el investigador, es un cambio en el comportamiento humano, que él ha bautizado como El mito de Cronos, y cuyas tesis expone en un ensayo homónimo, editado en España por Rialp, y que él mismo resume de esta forma:

El epicentro de la causalidad parece ser la pérdida del sentido de continuidad, el refugio permanente en el instante. Según la mitología griega, ésta era la actitud adoptada por Cronos, el cual, para que nunca pudiesen sucederle, se iba ofreciendo un festín en el que devoraba a sus propios hijos, convencido de que la ausencia de un sucesor convertiría su reinado en eterno y mantendría su poder intacto. En la actualidad, y a semejanza de Cronos, parece que las poblaciones de las sociedades más industrializadas no quieren dejar que los jóvenes ocupen su lugar. ¿Acaso piensan que, restringiendo la fecundidad, se podrán frenar los efectos del tiempo?

Gary S. Becker, Premio Nobel de Economía, afirma al respecto: La teoría maltusiana no se sostiene ante ninguna prueba; más bien, se han verificado circunstancias que demuestran lo contrario, o sea, que el crecimiento de la población ha sido fundamental para el crecimiento económico.

Los documentos finales emanados de las Conferencias de las Naciones Unidas en El Cairo y en Pekín desatan muchos temores sobre el crecimiento de la población, pero yo sostengo que estos temores son injustificados. No hay pruebas de que el crecimiento de la población haga declinar el crecimiento económico, al contrario, el crecimiento de la población es un factor importante del crecimiento económico. Es necesario establecer un vínculo optimista y no pesimista sobre el crecimiento demográfico, dado que las teorías de Thomas Malthus han demostrado su inexactitud y su poca fiabilidad.

 

El hambre como excusa

 

El Papa Juan Pablo II, en su discurso ante la FAO en 1996, precisaba también: Sería ilusorio creer que una estabilización arbitraria de la población mundial, o incluso una disminución, podrían resolver directamente el problema del hambre.

Como han denunciado los expertos y la Santa Sede en más de una ocasión, el control de la población con la excusa de acabar con el hambre esconde una mentalidad imperialista que quiere controlar y aliviar la presión demográfica que los países pobres ejercen cada vez más fuertemente hacia un Occidente envejecido. Según Dumont, discípulo del famoso demógrafo francés Sauvy, el esquema de la extinción de las civilizaciones desaparecidas siempre ha sido el mismo: descenso de la natalidad, envejecimiento, declive y decadencia. La clarividencia nos obliga, pues, en primer lugar, a conocer los hechos, es decir, la realidad del invierno demográfico europeo.

 



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