domingo, 12 de diciembre de 2010

Mujeres que matan


Enrique Galván-Duque Tamborrel
julio / 2005

 

 

Hace poco más de un año, cuando en varios países estaba por aprobarse la venta legal de "la píldora del día después", las organizaciones pro-vida, algunas autoridades eclesiásticas y muchos médicos, bioéticos y abogados católicos, preocupados por las consecuencias que esto podría acarrear, convocaron a reuniones, hicieron estudios, elaboraron gruesos dossiers, que entregaron en sendas carpetas a los legisladores y a los medios de comunicación y consiguieron patrocinios de empresarios católicos para publicar desplegados en los periódicos y hacer campañas publicitarias, en las que denunciaban, ante el mundo entero, de una manera científica, contundente e irrefutable, el efecto abortivo de "la píldora del día después".

Yo miraba todo este movimiento desde mi oficina, a través de la pantalla de mi lap-top, que me mantiene informada de todo lo que sucede en la Iglesia y pensaba para mis adentros:

-- ¿Para qué tanta inversión y derroche de tiempo y recursos, de estos grandes cerebros de la Iglesia: médicos, abogados y obispos de todo el mundo, para demostrar que la píldora es abortiva?

-- Suponiendo que no lo fuera y que su efecto fuera sólo anticonceptivo, ¿acaso dejaría de ser mala por eso? ¿acaso estaría aprobada por la Iglesia y por los médicos y abogados católicos? ¡Claro que no!

– ¿Por qué armar tanto escándalo por la posible legalización de un producto abortivo, si... en cualquier mercado del Centro de la ciudad se pueden encontrar, desde siempre, hierbas y brebajes que tienen el mismo efecto "mata-niños" y... nunca han sido penados por ninguna ley?

– ¿Para qué armar tanto lío, si el DIU está aprobado desde hace años y su efecto es igual o peor de abortivo que el de "la píldora del día después"?
– ¿Para qué invertir los pocos recursos que tenemos, de personas, tiempo y dinero, en hacer publicidad a un producto que no queremos que se venda, que no queremos que nadie lo conozca y no queremos que nadie lo compre?

En fin, eso sucedió hace más de un año y todos conocemos los resultados: la píldora se aprobó en varios países y ahora se vende "como pan caliente" –provocando abortos todos los días-- pues todo el mundo se enteró de su existencia, ya que sus creadores y promotores cuentan con el apoyo de organismos internacionales y fundaciones millonarias y además, fueron ayudados en una muy buena parte, por la publicidad que nosotros mismos -los que no queríamos que se vendiera- nos encargamos de realizar.

En lo personal, no me escandaliza de ninguna manera que se aprueben productos abortivos, ¡allá los legisladores y sus conciencias! Lo que sí me escandaliza, y me escandaliza seriamente, es que existan mujeres que se atrevan a comprarlos.

Cuando trato de imaginarme al tipo de mujer que es capaz de matar a su propio hijo... inmediatamente me vienen a la mente las imágenes de la Bruja de Blanca Nieves o del hada Maléfica de la Bella Durmiente. No puedo imaginarme a una mujer con cara "normal", vestida "normal" – sin verrugas en la nariz, túnicas negras y cuernos enroscados – y en sus cinco sentidos, acercarse a un puesto que anuncie "Pastillas para asesinar a su bebé. De venta aquí.". Simplemente... ¡no puedo!

Pero... desgraciadamente me doy cuenta que la realidad es diversa y que existen cientos de mujeres, con corazón de Maléfica y cara de ángel, que sí se acercan a esos puestos... y pagan por esos productos... y asesinan a sus bebés sin cuestionárselo siquiera.

Entonces... es cuando surge dentro de mí la pregunta acerca de nuestra acción como miembros de la Iglesia.

En vez de emplear tanto tiempo en preocuparnos por la aprobación o no aprobación de ciertas leyes, ¿No deberíamos emplearlo preferentemente en detectar, diagnosticar y curar la enfermedad que ha corrompido de tal manera el corazón de la mujer, que es capaz de desear y provocar la muerte de su propio hijo?

¿Qué ha sucedido con el corazón de la mujer? ¿Qué ha sucedido con el corazón de las madres? ¿Quién las ha engañado? ¿Quién las ha llenado de tal manera de egoísmo y envidia, que las ha convertido en asesinas de bebés indefensos?

Me pregunto si los cristianos no deberíamos utilizar todas nuestras fuerzas y recursos, humanos y materiales, en atacar las causas, en curar las heridas que han originado esa enfermedad de corrupción, podredumbre y muerte en el corazón de las mujeres, en lugar de emplearlos y malgastarlos sólo en los síntomas (leyes) y en tratar de contrarrestar los ataques del enemigo.

En los últimos días se han aprobado otras legislaciones que van directamente en contra de la Familia y de la vida. Y pienso que el caso de España no es un caso aislado, sino que los gobernantes y legisladores lo seguirán replicando en todo el mundo, pues los intereses económicos que motivan la cultura de la muerte son muy importantes.

Sin embargo, esto no afectará en nada a la vida de los cristianos, si éstos están firmes en sus principios morales. ¿A quién le puede importar que el aborto esté legalizado, si nadie piensa abortar? ¿A quién le puede importar que existan legalmente pastillas mata-niños en las farmacias, si a nadie le interesa comprarlas? ¿A quién le puede importar que exista el divorcio express si todos saben que el matrimonio es para siempre?

Dejemos que los promotores de la cultura de la muerte gasten su tiempo y recursos modificando las leyes en todos los países. ¿En qué nos puede afectar, si sólo nos están autorizando a matar a nuestros hijos, a destruir nuestros matrimonios, a matar a nuestros ancianos y enfermos, pero... no nos están obligando a hacerlo?

Nosotros utilicemos todos nuestros medios, humanos y económicos, para recordar a las personas lo grande y bueno que es Dios; la maravilla que es la vida como oportunidad para merecer la vida eterna; lo hermoso que es tener un hijo; la riqueza que existe en las familias numerosas, las bondades y beneficios de la castidad y del matrimonio bien constituido.

De esta manera, los hombres podrán ser felices, siendo fieles a la Ley de Dios y a su conciencia, aunque las leyes humanas marquen lo contrario.



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